Fue en 1649 cuando sonó por primera vez desde el campanario de la parroquia algabeña. Aquel año quedó grabado en la historia de Sevilla por ser, sin duda, el más trágico de cuantos se han conocido. La peste se había llevado por delante la mitad de la población de la ciudad hispalense, casi 60.000 vecinos murieron por esta epidemia. Una pandemia que muchos interpretaron como un castigo divino o como el fin de los tiempos. Lo que está claro es que la peste de 1649 cambió el rumbo de la suerte de Sevilla, que a partir de entonces dejó de ser puerto y puerta de Indias. Acababa la ciudad del Descubrimiento y empezaba la urbe de la tragedia y el existencialismo barrocos. La de la fugacidad de la vida.
Aquella peste también asoló a muchos municipios sevillanos. Entre ellos, La Algaba, una localidad a 10 kilómetros de la capital andaluza. En esta villa ribereña la epidemia -que tuvo su origen en las pulgas de la ratas y luego mutó en el ser humano hasta provocar la pandemia- se llevó por delante la vida de 417 personas, según apuntó en un escrito de 1788 el párroco algabeño Pedro Alva. No distaría mucho la imagen dantesca que presentaban sus calles de las hispalenses, donde se pagaban a los más pobres para que transportaran a los muertos a las afueras de la ciudad para que, una vez allí, se les enterrara en cal viva y así no infectaran a la población que aún sobrevivía.
No era la primera vez que los algabeños se enfrentaban a la peste. En 1600 -según el escrito del citado párroco- un brote había provocado que muriesen cada día entre 14 y 23 vecinos. Fue aquel año cuando, para librar al municipio de la epidemia, el cura Bartolomé Martín de los Salvadores convocó al pueblo con el fin de elegir un patrono que los librara de semejante mal. Metidos los nombres de todos los santos del almanaque en una cántara, el de Santa Marta salió en dos ocasiones por mano de dos niños distintos. El pueblo la aclamó desde ese momento como patrona y, según narra el párroco Pedro Alva, la epidemia remitió al instante y no se produjo ninguna otra afección, excepto la del cura Martín de los Salvadores, que falleció a los tres días de la proclamación.
Los habitantes de La Algaba, sin embargo, pronto olvidaron este beneficio, hasta el extremo que no celebraban ni el día de su Patrona, fijado el 29 de julio. En 1649 la peste volvió a azotar al municipio, motivo por el cual, según el citado escrito, "ocurrieron al templo el clero, justicia y pueblo a son de campana tañida en donde reiteraron a su santa patrona los votos y prometimientos anteriormente hechos, que confirmaron los señores marqueses de esta villa y con lo que se dio por satisfecho el cielo y quedó libre la villa del azote de la peste".
Éste es el origen del clarín que se mantiene en la actualidad desde 1649. Cada 28 y 29 de julio, en la víspera y la festividad de Santa Marta, el toque de corneta se interpreta en tres ocasiones (a las 12:00, las 15:00 y las 21:00), en cada una de las cuatro caras del campanario de la parroquia de Nuestra Señora de las Nieves. Se trata, pues, de una tradición similar a la de las Lágrimas de San Pedro que se interpretan un mes antes desde el campanario de la Giralda, aunque en el caso del clarín algabeño, pese a ser posterior, nunca se ha interrumpido.
Tras cada toque de corneta repican las campanas y se lanzan, junto a las golosinas para los más pequeños, céntimos en recuerdo de la donación que hicieron los marqueses de La Algaba al párroco de la villa para que el día de la patrona se repartiesen entre los más necesitados. Estas monedas se bendicen el primer día del triduo a Santa Marta después de que los devotos las recojan durante el año.